Solo contaré estos secretos desde mi tumba,
y cuando pase la fiebre de mi sepelio
te invito a ver la luna,
a que acerques tu oido al viento,
a que acalles el pensamiento
para que escuches los leves y sordos latidos;
pero eso sí, debes guardar silencio
que después de muerto
mi voz se hace ligera como una trémula gota,
esquiva como la sabia neblina,
y quizás no sea otra cosa más
que de la vida, la huida;
o el silencio en movimiento…
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